Cuando se habla de amenazas para el medio ambiente, solemos pensar en
coches y chimeneas, pero nunca en la comida.
Sin embargo, nuestra necesidad de
alimentarnos es una de las mayores presiones que pesan sobre el planeta.
Las actividades agropecuarias se cuentan entre uno de los factores que más
contribuyen al cambio climático, ya que emiten más gases de efecto invernadero
que todos los coches, camiones, trenes y aviones juntos, principalmente por el
metano que desprenden el ganado y los arrozales, el óxido nitroso de los
cultivos fertilizados y el dióxido de carbono derivado de talar bosques para
cultivar la tierra o criar ganado.
Asimismo son las principales consumidoras de
nuestras valiosas reservas de agua dulce y una importante fuente de
contaminación, ya que los fertilizantes y el estiércol transportados por la
escorrentía alteran el frágil ecosistema de lagos, ríos y costas en todo el
mundo.
Además, la agricultura y la ganadería aceleran la pérdida de
biodiversidad. Cuando despejamos praderas o talamos bosques para destinar el
suelo a usos agropecuarios, perdemos hábitats de vital importancia, por lo que
estas actividades son uno de los principales motores de la extinción de
especies salvajes.
Para mediados de siglo probablemente tendremos 2.000 millones de bocas más
que alimentar, cuando la población mundial alcance los 9.000 millones. China y
la India, está impulsando una mayor demanda de carne, huevos y lácteos, lo que
a su vez incrementa la presión para producir más maíz y soja destinados a
piensos para el ganado vacuno, porcino y avícola.
Si estas tendencias se
mantienen, el impacto doble del crecimiento poblacional y las dietas con mayor
componente animal nos obligarán prácticamente a duplicar la producción agrícola
para 2050.
Lamentablemente, el debate sobre el
mejor modo de alimentar a la creciente población mundial se ha polarizado y se
ha convertido en un enfrentamiento entre la agricultura convencional y el
comercio mundial, por un lado, y las granjas ecológicas y la producción local,
por otro.
Jonathan Foley dirigió un equipo de científicos cuyo cometido era estudiar un problema muy simple: ¿cómo duplicar la producción mundial de alimentos y reducir al mismo tiempo el impacto medioambiental de las actividades agropecuarias? Tras analizar cantidades ingentes de datos, propusieron 5 pasos que podrían dar respuesta al dilema de la alimentación mundial.
Durante la mayor parte de la historia, siempre que hemos necesitado producir
más comida, simplemente hemos talado bosques o arado praderas para crear más
explotaciones agrícolas y ganaderas.
Ya hemos despejado una superficie
comparable a la de América del Sur para cultivar la tierra. Y para criar
ganado, hemos ocupado un área del tamaño de África. La huella de la agricultura
y la ganadería ha causado la pérdida de ecosistemas enteros en todo el planeta,
incluidos las praderas de América del Norte y el bosque atlántico de Brasil, y
se siguen talando bosques tropicales a un ritmo alarmante.
PASO 2 Producir más en tierras ya cultivadas
A partir de la década de 1960, la revolución verde incrementó las cosechas en
Asia y América Latina con el uso de variedades mejoradas de plantas,
fertilizantes, maquinaria y sistemas de riego, pero el coste medioambiental fue
enorme.
Ahora se puede aumentar el rendimiento de los campos menos productivos,
sobre todo en África, América Latina y Europa del Este, donde existen «brechas
de rendimiento» entre la producción actual y la que sería posible si se
aplicaran prácticas agrícolas mejoradas. Usando sistemas de agricultura de alta
tecnología y precisión, y métodos prestados de la agricultura ecológica, en
algunos de esos lugares podríamos multiplicar varias veces el rendimiento de
los cultivos.
PASO 3 Hacer un mejor uso de los recursos
Ya disponemos de medios para conseguir una alta productividad y reducir el
impacto ambiental de la agricultura convencional.
La agricultura comercial ha
empezado a lograr avances, con métodos innovadores para gestionar mejor la
aplicación de fertilizantes y pesticidas mediante el uso de tractores
computarizados equipados con sensores avanzados y GPS. Muchos productores usan
mezclas de fertilizantes especialmente concebidas para las condiciones
concretas de sus campos, lo que reduce las sustancias químicas arrastradas por
escorrentía a los ríos cercanos.
PASO 4 Adaptar
la dieta
Sería más fácil alimentar a 9.000 millones de personas en 2050
si un mayor porcentaje de nuestros cultivos acabara en la mesa.
En la actualidad, solo el 55 % de las calorías cultivadas en el
mundo alimentan directamente a las personas; el resto da de comer al ganado
(alrededor del 36 %) o se convierte en biocombustibles o en productos
industriales (en torno al 9 %).
Aunque muchos de nosotros consumimos carne, lácteos y huevos
procedentes de animales de cría intensiva, solo una fracción de las calorías
presentes en los piensos acaban en la carne y la leche que consumimos.
Por cada 100 calorías de los cereales que utilizamos para
alimentar a los animales, recuperamos apenas 40 en la leche, 22 en los huevos,
12 en la carne de pollo, 10 en la de cerdo y 3 en la de ternera.
El desarrollo de métodos más eficientes para criar animales y la
adopción de una dieta menos carnívora (incluso aunque hagamos un cambio tan
nimio como sustituir la carne de vaca alimentada con grano por carne de pollo,
de cerdo o de vaca alimentada con hierba) dejarían cantidades sustanciales de
alimento disponibles para el consumo humano.
PASO 5 Reducir
el despilfarro
Se calcula que el 25 % de las calorías alimentarias producidas en el mundo y
hasta el 50 % del peso total de la producción de alimentos se desaprovechan o
se pierden antes de llegar al consumidor.
En los países ricos, buena parte de ese desperdicio se produce
en los hogares, restaurantes y supermercados. En los países pobres muchos
alimentos se pierden entre el agricultor y el mercado, por culpa de unos
sistemas poco fiables de almacenamiento y transporte.
Los consumidores de los países desarrollados podrían disminuir
el despilfarro con medidas tan sencillas como reducir las porciones, aprovechar
las sobras y fomentar en cafeterías, restaurantes y supermercados prácticas que
reduzcan los residuos. De todas las opciones para aumentar la disponibilidad de
alimentos, la reducción de los residuos alimentarios sería una de las más
eficaces.
Estas soluciones requieren un cambio fundamental en
nuestra forma de pensar. Durante la mayor parte de nuestra historia nos hemos
guiado por el imperativo de dedicar más suelo a la agricultura, obtener más
cosechas y consumir más recursos. Ahora tenemos que encontrar un equilibrio
entre una mayor producción de alimentos y la preservación del planeta.
Por fortuna, ya sabemos lo que hay que hacer. Solo nos falta
decidir cómo hacerlo. Nuestras decisiones cuando llenemos el carro de la
compra contribuirán a decidir nuestro futuro.