Según un nuevo estudio, una dieta basada
en alimentos vegetales (frutas, verduras y legumbres) representa una opción más sostenible para el planeta y
la salud de los humanos.
El aumento de la renta global y de la
urbanización experimentados en el último siglo están produciendo, en la
población mundial, un proceso de transición alimentaria, desde una dieta basada
en platos elaborados de forma tradicional hacia otra caracterizada por
alimentos procesados y con altos contenidos de azúcar, grasas y carne.
Según
los expertos, estos hábitos típicos de la sociedad occidental serán
predominantes en el año 2050.
Varias investigaciones ya han alertado
del efecto perjudicial que esta dieta tiene en la salud humana, pues está cada
vez más asociada a un aumento de enfermedades no contagiosas como las
cardiovasculares, el cáncer y la diabetes.
Asimismo, otros estudios han llegado
a la conclusión de que el consumo excesivo de carne presenta consecuencias
dañinas también para el ambiente. Las últimas estimaciones apuntan a un
incremento en un 80 % de las emisiones de gases de efecto invernadero debidas a
la expansión del sector ganadero y a la consecuente deforestación.
Ahora, un trabajo publicado en la
revista Nature por David Tilman, de la Universidad de
Minnesota, y Michael Clark, de la Universida de California en Santa Barbara, ha
definido una relación entre el tipo de alimentación, la sostenibilidad
ambiental y la salud humana, y ha evaluado las posibles consecuencias de la
transición alimentaria mundial.
Para ello, analizaron investigaciones
anteriores sobre el ciclo de vida de los alimentos y las emisiones responsables
del calentamiento global asociadas a las actividades agrícola, ganadera,
pesquera y acuícola. A continuación, examinaron los datos correspondientes a un
período de unos 50 años de los 100 países más poblados del mundo para estudiar
las tendencias alimenticias globales y sus causas.
Por otro lado, tras recopilar los
resultados de otros estudios basados en años de observaciones sobre la alimentación
y la salud de unos 10 millones de personas, evaluaron los efectos derivados de
las dietas «alternativas», como la mediterránea o la vegetariana, en el
desarrollo de la diabetes de tipo II, el cáncer, las enfermedades coronarias
crónicas y en la mortalidad.
Finalmente, combinaron estas relaciones con las
previsiones sobre el aumento de la población mundial para pronosticar cómo las
tendencias dietéticas actuales afectarían al ambiente.
Los resultados sugieren que las dietas
basadas en frutas, verduras y legumbres constituiría una opción más sostenible
para el planeta.
Si fueran adoptadas a escala global reducirían las emisiones
de gases de efecto invernadero de origen agrícola, la deforestación y la
extinción de especies que viven en estos entornos naturales. Además, ayudarían
a prevenir todo tipo de enfermedades crónicas no contagiosas relacionadas con
la dieta.
A pesar de representar una gran oportunidad para
mejorar la salud pública y del ambiente global, Tilman y Clark también afirman
que la implementación de estos cambios en los hábitos de alimentación de miles
de millones de personas constituye todo un reto, pues depende de elementos
culturales, así como del precio, la disponibilidad y el sabor de los alimentos,
entre otros factores.